Escuela y familia:
en actual divorcio
Hablemos de la relación familia-escuela, en
escenarios de vulnerabilidad socio-cultural.
No cabe duda que la organización de la
familia en el devenir histórico, se ha transformado. Si miramos los tipos de
grupos familiares desde donde provienen nuestros educandos, es posible
encontrar familias monoparentales, ensambladas o de padres separados, así como
aún existen aquellas nucleares y también extensas, pero a medida que pasa el
tiempo nos encontramos mayormente con las primeras mencionadas. La condición
sociológica de la familia ha cambiado.
Ha cambiado en su organización y en su
función. El rol de los padres se ha desvirtuado, según Pilar Sordo, “los padres
actuales hemos perdido la certeza, la sensación de establecer autoridad se nos
fue”; así mismo Julián Marías hace referencia a la “dimisión de autoridad en lo
que refiere a los padres”. Entonces, nos encontramos con niños y niñas, y digo
niños y niñas porque me ubico en la edad de 7, 8 o 9 años, que dominan a sus
padres, y padres que muchas veces temen a sus hijos, que no logran establecer
límites ni normas porque para eso es necesario ser sistemático, es necesario
decir que “no”, pero como no queremos tener conflictos con ellos, a todo le
decimos que “si” transformándonos en sus amigos.
Los
padres no pueden ser amigos de sus hijos, lo que no quiere decir que se
destruyan los lazos afectivos y de confianza entre ambos, sino por el
contrario, nuestros hijos requieren de aquellos adultos que pueden orientarlos,
organizarles su mundo, que logren dar la seguridad necesaria para que puedan
desenvolverse en el mundo en que viven con confianza. Ningún hijo o hija, en periodo
de formación, logra organizar su mundo de buena manera sino tiene las
orientaciones adecuadas de la familia, pues la familia es su primer núcleo
social y quienes le entregan los primeros valores y creencias que lo formarán
como persona.
La autoridad de los padres se relaciona
estrechamente con cumplir con la palabra, una o dos veces se comunica la
decisión, sanción o premio y eso se ejecuta, por ejemplo, no es posible decirle
a nuestro hijos (as) que tienen un castigo por no haber cumplido con sus
deberes y después de 5 minutos arrepentirnos y levantarles el castigo, o por el
contrario, no podemos ofrecerles una premio por haberse destacado en alguna de
sus obligaciones y después no dárselos ¿cómo ellos van a creer en nosotros?
¿Cómo van a creer en ese adulto que modela su vida si es una persona que no
cumple? Nuestros compromisos con ellos y el cumplimiento de estos son los que
nos dan la autoridad necesaria para que nos puedan percibir como adultos
“creíbles”.
Cuando los padres han perdido la autoridad,
pierden las orientaciones de cómo formar a los hijos, y comienzan a reflejarse
en la conducta de los niños y niñas. Este es el nudo de conflicto que involucra a la escuela.
La escuela tiene como misión formar a los
educandos que ingresan a ella desde parámetros de enseñanza que les permitan en
un futuro socializar de la mejor manera en su mundo circundante y en aquel con
que van a interactuar cuando sean adultos. Para lograrlo, la escuela debe
mantener procesos sistemáticos, y en una de las áreas de formación donde debe
ser metódica y perseverante es en la enseñanza de normas, de deberes y de
hábitos. Esto es absolutamente necesario para lograr mantener una convivencia
de calidad y para que cada uno de nuestros educandos, desde el cumplimiento de
sus deberes, logre ser un niño, niña o adolescente responsable. Algunas de las
normas que los profesores deben dirigir es el respeto por sí mismo y por el
otro, es el valorarse a sí mismo y al otro, el validarse a sí mismo y al otro,
siendo este otro un par o un adulto. ¿pero como la escuela puede lograr esto si
se enfrenta con personitas que han perdido la certeza en sus propios padres que
se supone son a los primeros que le debe respeto?. No es responsabilidad de
ellos, es responsabilidad de los adultos que están dirigiendo su formación.
Como existe una evidente diferencia en la
manera de educar de estos dos núcleos socializadores, que son los primeros y
los más importantes en la vida de una persona, se produce el enfrentamiento
entre ambos y el distanciamiento por consecuencia. Es fácil encontrar
experiencias donde el padre o la madre son citados a la escuela por algún
conflicto mal resuelto al que ha sido enfrentado el menor, y podemos ser
testigos de un enfrentamiento entre padres profesores, los primeros
fehacientemente defendiendo la postura de su hijo o hija, porque como estos ya
han perdido su autoridad, para aminorar esta culpa, defienden la postura de sus
hijos sin lograr escuchar lo que se quiere comunicar, entonces frente a esto el
profesor no tiene más que hacer que juzgar a esa familia y catalogarla como
conflictiva rompiendo relación con ella ¿Por qué? Porque no se han logrado
comunicar.
También es recurrente encontrar situaciones
en que desde la escuela se cita una, dos, tres, diez veces al apoderado a cargo
de aquel niño o niña y no hay respuesta a esta citación porque con suerte la
familia apareció durante el proceso de matrícula y durante el año escolar son
agentes invisibles. ¿Por qué? Quizás porque ya saben que al acercarse a la
escuela escucharán mil críticas de sus hijos, o porque quizás saben que la
escuela demandará mayor responsabilidad de ellos, pero como esto ya es una
tarea difícil, es mejor que la escuela se encargue de su educación.
La familia y la escuela se deben reconciliar,
la educación de nuestros niños y niñas debe ser de ambos, pero no por separado
sino en co-resposabilidad, donde el profesor conozca la realidad habitual de
sus estudiante, pero no porque la presume, sino porque fueron sus padres
quienes se la comunicaron, pues son ellos los que manejan mayor y mejor
información de su vida; dónde la familia no ignore lo que pasó ese día con su
hijo, lo que aprendió, con quien jugó, lo que más le dificulta y lo más
importante, lo que sintió. Es imperiosamente necesario que familia y escuela
re-construyan sus canales de comunicación, de una comunicación eficaz que
conlleve a una formación integral de nuestros niños y niñas, sólo así se
sentirán nuevamente seguros, confiando en los adultos que dirigen su vida. Al
estar coordinados familia y escuela, se recupera la autoridad que requieren
percibir los educandos para creer nuevamente en los adultos, recuperan la
sensación de protección que necesitan para desarrollar habilidades que van más allá
de las asignaturas, sino que habilidades que les permiten sentirse seguros y
capaces que pueden "ser los mejores".
Cristina Valencia Pérez
Profesora de Educacion Diferencial PIE
No hay comentarios:
Publicar un comentario